Los cubos blancos, ubicados a distintos niveles, señalan los dos espacios litúrgicos que separan y, a la vez, unen el interior del templo. “Uno más alto y adyacente al claustro, constituido por el presbiterio y el coro de los monjes, y otro, algo más bajo y próximo al acceso para los fieles. El sentido diagonal que así toma el conjunto le aporta magnitud y belleza” (www.benedictinos.cl). El eje central está marcado por un tratamiento del piso que lleva la mirada del visitante hacia el altar y a la Capilla del Santísimo que se perciben como eje divisor de estos volúmenes. En el otro extremo del eje, se encuentra el único ornamento que posee la iglesia, la figura de la Virgen con el Niño Jesús.
En la iglesia sobresale el uso de la luz, producido por la superposición de planos, desfases, aperturas y ventanas ubicadas en el techo. “La luz sería el alma del conjunto, que de otro modo permanecería sombrío e inerte. La luz sería lo que constituiría una atmósfera de alegría espiritual. Luz que viene desde arriba como en la naturaleza, y que transforma los rústicos muros en fuentes de luz tan variada como las horas del día que consagramos a Dios en los diferentes oficios litúrgicos. Quisimos que nuestra iglesia fuera pobre y magnífica a la vez, como una roca a la que nada le falta ni nada le sobra y que con su silencio estará siempre hablándonos de Dios.” (www.benedictinos.cl)
El diseño de los monjes Guarda y Correa pone al servicio de la experiencia espiritual los recursos arquitectónicos y constructivos. Los desplazamientos, la luz, los quiebres de los planos, la solidez, “hablan” al visitante y al fiel que asiste a las celebraciones y lo invita a la reflexión, a la oración y al silencio. No en vano esta obra es considerada una de las expresiones más altas de la arquitectura moderna en Chile y fue declarada Monumento Nacional el año 1981.
Fuentes:
http://www.disenoarquitectura.cl
http://www.benedictinos.cl
http://www.iglesiaspatrimoniales.cl